in memorian María Castro
Me siento desde mi atalaya viendo como partes.
Al principio, en la terraza no tenía nada.
Ni sillas, ni mesas, ni luz para presenciar la despedida.
Desnudo y miserable me raspaba las rodillas
viéndote a lo lejos.
Poco a poco, en medio de mi indigencia, he ido adornando
mi torre como un penthouse.
Haciéndome cobijas con los versos,
alfombrando la estancia con las deshojadas margaritas.
Haciéndome los muebles con los cuadros y los libros.
Poniéndome la música con los grillos.
Llamando al foco de la luna con aullidos.
También he hecho vino con mis lágrimas:
Cada día que pasa se añeja más.
Pronto haré cigarrillos con tus cartas
Y me sentaré a fumarte poco a poco,
mientras tu silueta se pierde en la penumbra.
Me quedaré viendo, en mi sillón nostálgico,
tu desaparición; tu adiós de sulfúrica espalda,
tu entrada cobarde y resignada al laberinto de dédalo.
Entonces, me beberé el dolor, me fumare tu historia.
-el olvido-
Cuando ya no pueda verte más
- como estos días de batalla -
ya no habrá más esperanza, ni más pasado;
todo lo que un hombre sólo y lleno de amor le talla
como piel de lagarto.
Daré la mano a los espejos
Besaré las hojas.
Copularé en la pluma.
La luna me dará ternura.
Me siento desde mi atalaya a presenciar
tu despedida.
Cada día un insignificante metro:
en la competencia absurda, soy fanático del caracol
y no de la gaviota.
Por ahora, soy la mala fe del hincha apasionado
Me quedo a ver, a asegurarme,
desde la torre de los días, que ya nunca más vuelvas.
Cuando te esfumes mis amigos subirán por la escalera
para hacerme una fiesta.
Sonreirán
llorarán a un mismo tiempo
de verme libre
con la condena a mi mismo.
del Libro: “Matando Segunderos” (1998-2004) por Iván Vargas.
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